Sentí un aroma frío, extraño, foráneo. Toqué a mi alrededor buscando mi Topo Gigio el cual parecía haberse escondido en el acolchado. Mis pies estaban húmedos, como esa humedad que aparece en las casas durante las subidas del río, colonizada de musgos y tristeza.
Se escuchaba la radio bloqueada con interferencias de voces extrañas. ¿Debería quedarme más en la cama aguardando el yerbeado, o despertarme?
Reiteradamente volvía a aquel aroma, a salvaje, inhóspito, a tristeza. El yerbeado se demoraba junto a la tortilla con aroma a carbón, y el Topo Gigio se resistía a hacerme compañía.
Intentaba agudizar mi vista para reconocer mis últimos posters sobre la pared. Uno era de León Gieco, el otro de Cat Stevens. Los había adquirido luego de varias súplicas en la disquería del barrio.
Un rayo de luz irrumpió en la oscuridad iluminando todo el espacio. Unas paredes rústicas, barrosas, temblaron junto al musgo que servía de camuflaje. Mi compañero me sacudía violentamente aludiendo a que deberíamos salir de la trinchera. Sus manos me despabilaron, el humo irritaba mis ojos cuando impulsaba mis extremidades a moverse. Todo se hizo confuso, hasta que la imagen de los posters retornó a mí: la memoria junto a esta mañana irrumpiendo en pedazos...