Orynko se había levantado temprano a pesar de que era sábado. Un aroma a manteca y leños le llegaba desde la cocina. Los crepes rellenos con crema agria hacían chistear su lengua, oladky eran su desayuno favorito. Su hermana Olga estaba por salir hacia la oficina. Hacía un largo tiempo no veían a sus padres, estaban de viaje o eso es lo que había escuchado.
Olga trabajaba en la planta. Supervisaba las fugas en las tuberías de agua que enfriaban el reactor. Durante años estudió en la Universidad Nacional de Investigación Nuclear y su sueño era ahora una realidad.
En fin, Orynko estaba ansiosa por ir al parque de diversiones que era su lugar favorito de la ciudad, un lugar mágico, el más moderno. Con los autitos chocadores, la calesita y una vuelta al mundo gigante. Orynko se sentaba junto a la calesita esperando escuchar “Galia llevaba agua” que era la canción que le cantaba Vladimir en el colegio. Hacía mucho no le veía, quizás había viajado con sus papás.
La kartoplia, el pollo de Kiev rostizado junto a la crema ácida y el eneldo impregna-ban el aire humedecido por las aguas del Dniéper: el menú favorito de su hermana mayor. Ella en cambio prefería el pampushky que preparaba Natasha, su abuela, con agua de rosas. En el parque de atracciones lo vendían pero no era igual.
Orynko se sentía extraña: no estaban sus papás, ni Vladimir, ni su abuela. Sólo su hermana Olga, su gatito Misha y su medio–amiga Alexandra. Todos habían partido hacía mucho, no entendía el porqué. El Colegio Secundario Número Dos a donde asistía todas las mañanas solamente dictaba las clases de música, física y filosofía. Los otros profesores tampoco estaban, muchas aulas parecían diezmadas, era aburrido para Orynko porque adoraba ir a la piscina Lazurny. Entrenaba casi a diario porque según su entrenador (que era el mentor de Aleksandr Vladímirovich Popóv) podría participar de las Olimpiadas en Seúl. Él la había olvidado al parecer porque nunca más fue al natatorio.
El carrusel estaba como siempre con sus caballos blancos, sus trineos rojos, sus botecitos y autitos. Ella prefería el helicóptero rojo con asientos blancos que tenía la calesita porque su papá era piloto y tripulaba uno gigante color gris acero. Era un rito acompañar a su mamá a despedirlo sobre todo cuando llevaba unas bolsas gigantes con un “polvo mágico” que arrojaba sobre el techo de la planta.
Todos los fines de semana visitaba el parque esperanzada de ver a sus padres, a Vlad y a su coach de natación pero nunca aparecían. Entonces se contentaba con escuchar su música en la calesita y tomar sol en su cara que siempre estaba helada. Junto con la calidez que sentía su paladar se inundaba de un gusto metálico que colonizaba su boca. Entonces comía kartoshka que había hecho su mamá antes de irse. El remanente dejado en un frasco de vidrio increíblemente nunca se terminaba a pesar de que ella engullía dos o tres todos los sábados.
Ya era cerca del mediodía cuando escuchó ruidos raros en el predio de los autitos chocadores, los cuales eran de un amarillo lima con ribetes celeste claro. Se acercó y un transporte extraño había llegado: un colectivo muy alto. Nunca había visto algo así, tenía dos pisos y bajaba gente con ropa estrafalaria. Todos traían un objeto como una radio portátil, pero con una pantalla de donde salían ruidos como voces y una música rara que siempre sonaba igual. Parecían no hablarse entre ellos sino ver aquel aparato solamente. Orynko imaginó que quizás venia su mamá o su abuela en ese bus por lo que decidió aproximarse más al contingente de desconocidos.
Notas que se repetían una y otra vez...La música que provenía de los rectángulos de colores proyectaba: si-do-si-la-si do-la-mi-do-si... Notas que se repetían una y otra vez como un leitmotiv interminable, nada que ver a lo que aprendía en teoría musical en el colegio. Aparte cantaban en inglés y español a la vez. Nunca había escuchado ésa forma de vocalizar. La lírica resonaba "I love when you call me señorita...", trató de anotar rápidamente las notas en un papel todo amarillento que recogió del piso, con su lapicera coronada con una mamushka en el capuchón. Dibujó con habilidad el pentagrama y comenzó a transcribir la melodía.
Orynko era alta, de ojos nobles y cabellos color té. Ninguno de los viajeros había percibido su presencia pero a ella no le molestaba porque así observaba con curiosidad lo que sucedía. De todas maneras le inquietaba la indiferencia de los visitantes.
Los calzados que utilizaban parecían los de los astronautas, con colores como amarillos, verdes y naranjas que hacían doler la vista. Llevaban unos auriculares extraños, pasteles, violetas, rosas, en la cabeza. Orynko se reía porque seguro eran de adorno ¿Cómo podrían funcionar sin cables? Tal vez era para evitar el frio y lo áspero del ambiente que cortaba la piel. Eso decían ellos que les dolía, se quejaban constantemente. "Foráneos" pensaba Orynko. A ella el clima agreste no la perjudicaba.
Su sombra aún no se proyectaba en el piso, se estaba haciendo la hora de la merienda y su hermana adoraba tomar café calentito cuando llegaba de la planta.
Orynko guardó la partitura en su bolso con tristeza, al comprender que ninguno de sus afectos estaba en el ómnibus que había arribado a la ciudad. Miró su reloj que hacía tiempo no marcaba la hora pero ella la adivinaba igual. Antes de retornar a su departamento volvió a curiosear de nuevo a ésta gente invasora: el que coordinaba el grupo tenía un aparato amarillo que marcaba un número constantemente y emitía un ruidito como una interferencia. Se sacó los lentes de sol y dijo:
-Ya llevamos más de diez minutos, deberíamos volver a Kyi para no exponernos más a la radiación. Vamos subiendo al colectivo, por favor grupo.
Los saludó pero parecieron no verla, subieron todos apresurados y se fueron. Silencio de nuevo, sabor metálico, soledad... Ése color oscuro en los árboles que mancha la ropa.
Desde lejos en uno de los asientos del parque vio un rectángulo azul. Seguro se lo olvidó uno de los chicos. Apretó un botón y volvió a escuchar esas particulares notas: si-do-si-la-si do-la-mi-do-si mientras se apresuraba a regresar a su casa.