Salimos del colegio tarde, recuerdo que era invierno porque los árboles estaban desnudos y mis manos partidas por la sequedad del aire. El abrigo comenzaba a molestar cuando emprendíamos el retorno a casa. Con mi hermano nos subimos al expreso que siempre a la hora del mediodía iba repleto.
El ómnibus llegó a la parada que estaba frente al shopping, era la penúltima antes de tomar la ruta siete hacia el este. Siempre estaba arrebatado de personas haciendo cola a la espera del colectivo.
Por precaución a que se nos perdiera el abono llevábamos cinco pesos cada uno por si teníamos que volver en algún transporte diferente, en los años noventa ése monto de dinero era plata.
Uno tras otros ingresaban los pasajeros casi todos con bultos de la Universidad Maza o la gente que trabajaba en el centro comercial. En el momento que el chofer estaba accionando el mecanismo para cerrar las puertas un joven le pidió si era posible que le diera unos minutos para hablar con las personas que estaban en el micro.
El muchacho tendría unos treinta y cinco años, no era muy alto más bien de estatura media. Tenía el cabello castaño claro, unos ojos llenos de cansancio pero a la vez con una dulzura y simpleza conmovedora. Han pasado casi veintiocho años pero su imagen sigue estampada en mi memoria.
Lo que no tengo presente con exactitud era si llevaba muletas, sólo la dificultad que se le presentaba al caminar y me dolía el pecho al verlo sostenerse entre los asientos mientras ofrecía su mercancía, la gente pretendía que no existía o refunfuñaban al verlo.
Su camisa color café con leche le quedaba enorme y era débil en el intento de abrigarlo frente al viento frio de Los Andes que se escabullía por las ventanillas. El distintivo que llevaba tenía una imagen de las Islas Malvinas coloreado como la bandera en tonos celestes y blanco, iluminados por un sol amarillo detrás. Nuestro héroe lo señalaba aludiendo que no era un embaucador con una mirada de resignación y un dejo de esperanza en su voz. Los almanaques eran la forma de obtener su sustento ya que ninguna pensión ni beneficio le había sido otorgado que le permitiese subsistir con el honor y dignidad que merecía.
El hastío de los viajeros y sus ansias de que el momento pasara era notorio, como mi sensación de opresión en el alma ante ése escenario.
"Patrullando nuestro cielo con patriotismo"Rodrigo y yo nos apuramos a sacar nuestros pocos pesos para dárselos y ni siquiera tuve la valentía de mirar su rostro, pensé que si lo hacía empezaría a llorar y no quería faltarle el respeto de ninguna manera. Nuestro veterano lo tomó, agradeció y me dio un calendario con un avión y una enorme frase en blanco que decía: “Patrullando nuestro cielo con patriotismo”. Nunca más volví a verlo. Era el año 1992 o 1993 y yo era muy chica pero si hubiese podido mis palabras habrían expresado el orgullo, la admiración y decirle que entendía su dolor, ése dolor producido por la desidia, la indiferencia de un pueblo que no reconocía el acto de valor y coraje que éste soldado había enfrentado por amor y honor a la patria.
Pasaron muchos años, me casé y con mi esposo fuimos al sur, más específicamente a Playa Unión en julio. Fue la semana más fría en décadas: la temperatura circundó los diez grados bajo cero. Lo primero que me impactó fueron unas orcas gigantes penitentes frente al océano parecían custodiar su magnificencia, contra mi propio organismo me senté en ese ambiente hostil ya que me había propuesto tomar unos mates junto a ese gélido mar.
...penitentes frente al océano parecían custodiar su magnificencia...El sol parecía apiadarse de nosotros y nos regalaba un poco de calidez que ayudaba a moderar tanto frío, es el día de hoy que aún no puedo describir lo agreste e indomable del clima en ésa región de nuestro país. Mi resistencia al final fue vencida por una llovizna helada que nos interrumpió en unos minutos y el rey Febo nos abandonó. Decidimos volver cuando unas figuras verdes a lo lejos me llamaron la atención. Nos acercamos para ver de qué se trataba y era un monumento a los caídos en Malvinas. El rostro de ése joven volvía a mí con la lluvia helada y mi corazón volvió a oprimirse como a los trece años. Me torturaba la idea de los tormentos que había transitado y cómo después había sido ignorado. Es el día de hoy que espero poder verlo algún día y expresarle toda mi gratitud.